De Sevilla a Ronda

Hace años, ir de Sevilla a Ronda en coche, más que un viaje, era una aventura. En el autobús de línea, cuando no se quedaba parado en una de esas cuestas, se podía duplicar el tiempo de trayecto, llegando hasta las cuatro horas y media. Uno de los recorridos, el más utilizado por mi padre, pasaba por el interior de Utrera, por El Coronil, por las afueras de Coripe y Montellano, por Algodonales, y más aldeas y pueblos hasta llegar a Ronda. En todos esos lugares había algo que lo hacía diferente a los demás. En El Coronil, su Castillo de las Aguzaderas; en Algodonales su gran Alameda central; en Zahara de la Sierra, su altivo Castillo y sus luces verdosas desde la lejanía; en Ventas Nuevas (creo que así se llamaba), su condición de pequeño pueblo dividido por la frontera entre Cádiz y Málaga. Según me cuentan, había unas salinas de interior. Antes de que se llenara el pantano de Zahara, la carretera utilizada era la C-3327. Actualmente el trayecto se hace unos metros más arriba de la montaña, por la A-374. Antes de llegar a las pedrizas cercanas a Ronda, cuando se cierra el valle, había una zona que se inundaba constantemente, y en la que había un puente que parecía el utilizado  por las diligencias en las películas del oeste americano. El Hondón era una parada obligada antes de acometer las curvas finales hacia nuestro destino. Llegando a la famosa curva 103, ya se podía respirar tranquilo por la llegada próxima. Un poco antes de entrar en la ciudad, una casa en ruinas, en la última curva, recordaba a mi madre sus juegos de niñez.

Después de tantos años de idas y venidas constantes, y de ausencias tan prolongadas, me queda la pena de no haber visto nevar en mi querida Ronda.

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